«LA GUERRA DEL GENERAL ESCOBAR» Cuando sólo se puede elegir entre dos opciones… ¿igualmente insatisfactorias?

Librería online la guerra del general Escobar José Luis Olaizola libro

«La Guerra del General Escobar» es el libro ganador del premio Planeta 1983.

José Luis Olaizola (1927) recrea en su novela el que podría haber sido el diario personal – imaginario pero basado en hechos reales – del general republicano Antonio Escobar Huertas, militar español, en sus últimas semanas de vida. Es una historia novelada sobre nuestra Guerra Civil, puesta por Olaizola en la pluma del propio general, que escribe en primera persona recluido en un penal militar de Barcelona a la espera del juicio a que sería sometido por el bando vencedor de la contienda.

He disfrutado de la novela, que éstos días he leído por segunda vez.

La lectura ha sido intensa, interesante, y ha provocado en mí sentimientos y reacciones interiores encontrados, a medida que he contrastado el relato con mis conocimientos previos sobre los hechos por lecturas, referencias históricas y relatos familiares. El tema de la Guerra sigue estando de actualidad en la España del siglo XXI. Soy lector ávido e interesado particularmente en ésta época de nuestra historia reciente. Conozco historias familiares asociadas a hechos cercanos a los que relata la novela, como puede suceder a muchos españoles que se hayan preocupado por bucear y conocer detalles de la vida y época de sus padres, abuelos… incluso bisabuelos, no en vano se cumplieron en 2016 ochenta años del inicio de la Guerra.

Antonio Escobar es un personaje destacado en el escenario de la Guerra Civil. Protagonizó episodios decisivos acaecidos en las jornadas de julio de 1936 en que se decidió el signo que tomaba el alzamiento en Barcelona.

El entonces coronel de la Guardia Civil Escobar, tal y como se presenta en la novela, es un personaje atractivo dentro del conjunto de los protagonistas de la Guerra Civil. Su interés radica, en mi opinión, en el sentimiento de «duda» que el autor de la novela deja entrever existe en la conciencia de Escobar en el momento de tomar la decisión trascendente de apoyar o no al gobierno legal. Duda expresada en sus propios pensamientos, o en los comentarios que recibe de su superior, el general Aranguren, reflejados en su diario. Dudas también por las reacciones de sus propios familiares, algunos de los cuales optaron desde el primer momento por el bando alzado. Dudas provenientes de sus profundas convicciones religiosas – hombre católico – que parecerían ubicarle a priori en el bando alzado, donde se refugió la Iglesia Católica ante la hostilidad manifiesta del Frente Popular y la masa proletaria hacia ella y lo que representaba en la España de 1936.

Esa «duda», sin embargo, no impide que tome una decisión firme, consciente, poniéndose al frente de la columna de la Guardia Civil que literalmente paraliza – aborta – el intento de tomar la ciudad de las columnas militares que salieron de los cuarteles barceloneses en la madrugada del 19 de julio. En la mente de Escobar, se impone, con una naturalidad que parece lógico esperar en un servidor público, el impulso por defender la legalidad a la que sirve. Es una decisión que le perseguirá a lo largo de la contienda, y que renovará de forma explícita ya avanzada la guerra, manteniendo la lealtad a su conciencia incluso a pesar de que se le ofrecen opciones para escapar de España, o para cambiar de bando cuando la guerra parece estar perdida para la República.

¿Como es posible ésta decisión, y ésta fidelidad a la misma, a pesar de que la mayoría de sus compañeros de armas, de convicciones religiosas, incluso varios de sus familiares, optaron por apoyar el alzamiento?.

No resulta plausible que el alzamiento cogiera al coronel por sorpresa. Que Escobar no tuviera una idea formada sobre cuál debería ser su actitud en esas circunstancias. Que no conociera en detalle  las pretensiones y objetivos de uno y otro bando, expresadas en opiniones de militares, políticos, familiares…. José Escobar estaría al tanto de los sucesos recientes acaecidos en España desde las elecciones de febrero 36 ganadas oficialmente por las izquierdas revolucionarias del Frente Popular, hasta el asesinato del líder de Renovación Española, José Calvo Sotelo, el 13 de julio en Madrid. Conocería perfectamente la convulsa historia de España del primer tercio del siglo XX, con sus innumerables alzamientos militares e intentos de revolución proletaria, incluida la que tuvo lugar en 1934, que consiguió subvertir con violencia el orden legal en amplias zonas de España durante meses.

En aquellos tiempos, la España de 1936, decisiones como que tenía que tomar el protagonista de la novela, podían llevar aparejado el sacrificio de la propia vida.

Y así fue.

La forma en que tuvieron lugar los hechos, la progresiva polarización de la sociedad en dos bandos irreconciliables, hizo imposible la neutralidad, la pasividad, la «no opción» como opción posible ante el empuje de los dos extremos.

A Escobar, y a muchos otros, su decisión les costó la vida.

Les costó la vida, en primer lugar, a quienes murieron, de ambos bandos, en las calles de Barcelona.  La mayor parte del bando de los alzados, pero también del bando que se les opuso, la masa obrera armada que les hizo frente en las calles con el apoyo decisivo de las fuerzas gubernamentales de la Guardia Civil mandada por Escobar, y las Fuerzas de Asalto y Carabineros.

Una vez decantada la victoria a favor de la legalidad republicana, los principales responsables del bando alzado fueron juzgados y ejecutados, como sucedió por supuesto con sus figuras más representativas: los generales Goded y Burriel, los capitanes López Amor, López del Hierro, Lizcano de la Rosa y López Belda… todos ellos fusilados en los fosos del Castillo de Montjuic.

Al terminar la Guerra, con la victoria del bando nacional, se cumplieron las palabras del Evangelio  que escuchara Pedro en el Huerto de los Olivos de labios de Jesús: «quien a hierro mata, a hierro muere». Los responsables de la legalidad republicana del 36, que sofocaron el alzamiento y juzgaron y ejecutaron a sus responsables, amén de permitir una situación de desorden y anarquía en la cual se produjeron asesinatos, ajustes de cuentas y abusos sobre los alzados y sus simpatizantes… fueron ahora juzgados y ejecutados por las autoridades del bando ganador de la Guerra. Así sucedió con el presidente Companys, fusilado en Montjuic tras ser capturado fuera de España y entregado a las autoridades del bando nacional. Y así sucedió con el general republicano Escobar, fusilado también en Montjuic, y con su superior, el general Aranguren. Ninguno de los dos fue perdonado por sus compañeros alzados en el 36. Como tampoco lo fueron por la República los generales y oficiales alzados y derrotados inicialmente.

Desde cualesquiera convicciones y posición ante la Guerra Civil y sus bandos por parte del espectador actual, el sacrificio de la vida propia del general Escobar merece un profundo respeto.

Fue un sacrificio probablemente inconsciente en un primer momento, pero sin duda percibido y aceptado por el protagonista a medida que se desarrolló la contienda y su desenlace final. Incluso para un observador con simpatías hacia las razones del bando ganador de la Guerra, debe reconocerse la altura moral en la lealtad que caracteriza el comportamiento del personaje.

De la misma forma que merece reconocimiento la lealtad que adornó a militares y civiles que apostaron y perdieron por la otra causa, la que perdió en los días del combate callejero de julio de 1936 en Barcelona.

La novela es un viaje a la historia personal, familiar y profesional de Escobar. Muestra la humanidad del personaje, sus antecedentes y su vocación militar heredada de su padre.Sitúa con dramatismo el dilema grave en que se vio inmerso a la hora de enfrentarse a quienes habían sido sus compañeros de armas durante toda su vida. Hombres como él, cuyas razones parece comprender, sobre todo cuando observa con horror como la sinrazón se apodera de la masa anarquista en su reacción violenta y ciega contra la amenaza rebelde. 

Un punto especialmente tratado en la novela es la religiosidad sincera y convencida del protagonista, condición que a priori pareciera situarle en el bando de los rebeldes, y que sin embargo, como sucediera también con su superior el general Aranguren, no fue impedimento para que abrazara con firmeza la causa de la legalidad republicana y arrastrara con ella a sus subordinados.

Muy probablemente, el lector de ésta novela acometerá su lectura conociendo previamente su final. El general Escobar fue condenado a muerte por no haber secundado el alzamiento rebelde. Y por su responsabilidad como jefe de las fuerzas en sucesos tremendos como la masacre de decenas de militares sublevados y religiosos del convento de Carmelitas, convento en que se refugiaron columnas rebeldes ante el hostigamiento de fuerzas anarquistas en su esfuerzo por impedir la toma de la cuidad por los militares.

La descripción de las últimas horas del condenado es intensa, y sitúa la lector ante el drama agudo de la pena de muerte, con toda su crudeza y amargura. Pena de muerte ejecutada el 8 de febrero de 1940. Casi un año antes, en abril de 1939, recién terminada la guerra, había sido fusilado el general Aranguren, su superior jerárquico y responsable máximo de la Guardia Civil de Cataluña en 1936. Ambos, Escobar y Aranguren, condenados por el bando contrario al que ellos decidieron adherirse en el alzamiento y la posterior contienda. Bando contrario en el cual militaron hijos y hermanos de ambos. La Guerra Civil española fue una guerra entre hermanos.

El tiempo ha pasado. A fecha de hoy, abril de 2020, son ya más de 83 años los transcurridos desde el caluroso domingo 18 de julio de 1936, cuando nuestros abuelos tuvieron que tomar partido ante el estallido de la situación de inestabilidad social y política madurada durante varias décadas de convulsión, inestabilidad política y zozobra social en una España convulsa, clasista, rural, pre-industrial, pre-revolucionaria y sin clase media… como era la España del primer tercio del siglo XX.

Nosotros hoy no. Pero ellos, nuestros abuelos, se vieron empujados a batirse ferozmente y a destruirse mutuamente ante la imposibilidad de convivir en el mismo suelo patrio. Nosotros no tenemos necesidad de ello. Nosotros podemos mirarles con compasión, admiración, simpatía, complicidad, incluso espanto… pero no podemos perder un punto de vista histórico, y una cierta distancia que nos prevenga de la simplificación burda y peligrosa de aplicar al presente las categorías del pasado. La España de 2020 no tiene nada que ver con la España de 1936.

Éstas reflexiones me parecen oportunas, pues por extraño que parezca, desde el año 2004, con la llegada al poder en España del gobierno socialista de J. L. Rodriguez Zapatero,  y la vuelta en 2019 de los socialistas con P. Sánchez, se ha producido y recrudecido un revisionismo político – ¿revanchismo? – que a traído al presente con virulencia las heridas y agravios que nuestros abuelos resolvieron con las armas por no saber resolver por otros medios.

No tiene sentido decretar desde el poder político la forma en que debemos recordar a nuestros antepasados. Me parece un gran error. Libros como éste, o como el reciente «Recordarán tu nombre», del escritor Lorenzo Silva, que guarda cierto paralelismo pues recuerda la figura del general Aranguren, sitúan en el ámbito de la historia y de la literatura, histórica o novelada, a éstos personajes, y los ponen ante los ojos del lector con una gran riqueza de matices, datos, elementos de juicio y hechos fácilmente contrastables. Es ahí, en la literatura, en la historia, donde debemos encontrarlos y encontrar el lugar para el debate, para el conocimiento, para comprender las razones del contrario, para dibujar las pinceladas finas que dan a los hechos volumen y relieve.

El general Escobar, degradado a Coronel por los vencedores, cayó fusilado en los fosos de la fortaleza de Montjuic un 8 de febrero de 1940. Casi cuatro años después de que fueran fusilados, a partir de julio de 1936, en el mismo castillo de Monjuic decenas, centenares de oficiales sublevados a quienes Escobar y Aranguren vencieron en las calles. Unos representaban a media España. Los otros, a la otra media. La legitimidad republicana estaba con unos. La armas terminaron concediendo legitimidad a los otros, y a su media España, que se levantó contra una situación de deterioro de la convivencia grave, innegable, de inestabilidad pre-revolucionaria. La España de hoy es hija de unos y de otros. Todos contribuyeron a partir de 1939, pasando por 1975, a construir la sociedad en que vivimos hoy, en abril de 2020.

Quien pretenda situar las razones de una España por encima de las razones de la otra, deberá recordar que ese error fue precisamente la causa del drama de 1936. Escobar y Aranguren, generales republicanos, tuvieron que elegir, pagando con su vida su decisión. Como lo tuvieron que hacer Goded y Fernández Burriel, generales alzados que también entregaron su vida ante el pelotón de fusilamiento. Dando con ello un significado peremne y trascendente a su decisión.

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